Por Dr. Polito
Quizás usted rechace el gobierno de un presidente que, con frecuencia y con razón,habla deque lo quieren sacar del poder a sombrerazos, solo porque es de izquierda.
En tal caso, usted estará de acuerdo con otros gobiernos, porque son de derecha y sus presidentes no tuvieron que denunciar que los pretendieron desalojar del puesto.
No le importará y, por lo tanto, aplaudirá que le tocara vivir bajo permanente estado de sitio, una situación política en la que, día tras día, usted corría el riesgo de que lo detuvieran en la calle solo porque un policía o un soldado, con uniforme o de civil, lo detenía y se lo llevaba sin que nadie supiera ni a dónde ni por qué.
Tampoco le importaría que una madrugada, un grupo de desconocidos tomara por asalto su casa y revisara todo, a las patadas, y usted sin poder ni moverse ni decir una palabra.
Así ocurría en el gobierno de Julio César Turbay Ayala, un liberal de ultraderecha que inventó un aberrante Estatuto de Seguridad, para el que usted era sospechoso de subversión y sedición, solo porque su cara no le agradaba al policía que vivía en la otra calle.
Por sospecha de lo que fuera, usted iba a la cárcel, y durante días, y a veces semanas y meses, sus parientes, sus amigos y sus abogados, iban de lado a lado de la ciudad tratando de hallar cualquier señal de que al menos usted estuviera vivo.
En muchos casos, los militares lo sometían a consejo de guerra, del que jamás se salía sin condena, aunque nunca hubieran probado su responsabilidad en nada de lo que lo acusaban.
Cinco o seis años después usted quedaba libre, sin saber cuándo cometió el delito del que lo acusaron, y que figuraba en un prontuario estándar al que solo le cambiaban el nombre para poner el suyo.
Probablemente respaldará a otro presidente, en cuyo gobierno asesinaron, hasta exterminarlos, a los miembros del partido Unión Patriótica (UP), solo porque eran de UP. No había otra razón.
Tampoco la había para asesinarle a ese partido a dos candidatos presidenciales, en hechos patrocinados por el narcotráfico y sus particulares ejércitos de sicarios, tolerados por los responsables de los organismos de seguridad.
Tal vez también esté de acuerdo y aplauda con mayor intensidad a un gobierno que, mientras usted iba al trabajo, del parque vecino se llevaban a los amigos de su hijo, los entregaban al Ejército, les ponían botas militares o de guerrillero, sin importar que estuvieran cambiadas de pie, les disparaban y los hacían pasar como terroristas muertos en combate.
Y no fueron solo los amigos de su hijo. La cuenta oficial va en 6,402, pero parece que esa es solo la punta del iceberg criminal.
Las ejecuciones extrajudiciales eran diarias, y en algunas ocasiones, en ellas participaban ejércitos particulares, llamados paramilitares, que, además de asesinar a quienes no querían votar por el candidato que ellos respaldaban, presionaban a miles de campesinos para que sí votaran a favor del patrono.
O, podría suceder, que esté de acuerdo con el gobierno de un inexperto, inútil, despistado y abyecto lacayo del mismo gobernante de los 6,402 asesinados por el Estado.
En este gobierno también hubo muertos a granel en los campos, pero la mayor característica fue el rosario de actos corruptos de altos servidores públicos, al amparo de un fiscal que jamás ha sabido qué hacer con los delincuentes amigos de su amigo que lo hizo nombrar.
Sabe, sin embargo, conspirar en contra del presidente de izquierda que usted no le gusta, sin importarle violar la institucionalidad y la propia Constitución.
Que no haya podido lanzar su campaña presidencial, como lo pretendió, no significa que haya descartado ni esta idea ni la de sacar a Gustavo Petro a coscorrones.
Ahora, en serio, ¿a usted le gustaron esos gobiernos donde la muerte y el delito permanecían junto a los sillones de altos funcionarios en los despachos públicos? ¿En verdad?