Minirreelección

Dr. Polito

Las viejas cacatúas —y algunas nuevas, que también ya se consideran sagradas— pregonan una oscuridad de cataclismo en la política colombiana.

Pero, en realidad, la verdad es totalmente contraria a la que, desde sus pedestales de piedra mohosa, predican estas gárgolas.

Si en algún momento Colombia ha tenido claridad en lo relativo a la política y sus perspectivas, es, precisamente, ahora.

Podridas desde sus raíces, fétidas, deleznables, las pandillas que se creen dueñas de la verdad y del país, están perdidas.

Más de 500 años de criminalidad desde lo alto, de quitar y poner mandamases, de ejercicio obsceno del poder, de matar al contrario, no les permiten, a las pandillas políticas de siempre, darse cuenta de que están perdidas.

Un tipo cualquiera, venido de Puebloperdido, en el norte, al que tratan con procacidades que le resbalan, con epítetos que lo alimentan y con calumnias nacidas de la traición barriobajera —porque no encuentran otros argumentos—, las tiene arrinconadas, sin perspectiva, sin futuro claro.

A las élites, como se hacen llamar, una palabra insignificante: minirreelección, las tiene pariendo borugos, corriendo con incontenibles afanes disentéricos. Pobres amos, o examos…

Y que conste que quien habló de la mini fue alguien que, con olfato, abandonó a tiempo los mullidos sillones de clubes y conciliábulos de las gentes de bien.

Porque el Benedetti de Armando, el ministro, es el mismo Benedetti de otros que aún se quiebran las perfumadas patas con los coturnos aristocráticos de patronos y patrones.

Ni siquiera vale la pena imaginar el maremágnum si el exguerrillero presidente hubiera usado la palabreja.

Las cacatúas dicen del calculadamente ambiguo Gustavo Petro que quiere destruir el país —¿recuerdan que antes la idea era la de que lo iba a convertir en otra Venezuela? —, aprovechando “nuestra frágil democracia”.

Así que frágil… Y, acaso, ¿no son ellos mismos quiénes la tienen así, después de cinco siglos de abuso, de crimen, de quítate tú pa’ ponerme yo?

Pero, para que lo sepan, el Petro ese al que vituperan porque les gana todas las manos, está, por lo contrario, sentando las bases de una democracia real, sólida, fuerte en las bases populares, una democracia de verdad… No un remedo, como la actual.

Ténganlo en cuenta, amos, mandamases, capataces, caporales: la democracia comenzó a nacer con el primero que se convenció de que tenía razón Petro cuando dijo que el poder es del pueblo. Del pueblo-pueblo.

Y, ahora, muchos miles lo saben y están dispuestos a usar su poder para sacar a gorrazos, del Congreso y de donde sea, a quienes los han traicionado para abusarlos, humillarlos, ofenderlos y hasta matarlos.

Sí, no hay duda. Hoy, en Colombia, el eje del poder pasa por entre las cejas de Gustavo Petro, ciudadano del pueblo que, con un cúmulo de errores y equivocaciones a cuestas, a los de siempre, con una sola mano les está ganando todas las peleas.

Si hasta su imagen positiva está subiendo en las encuestas que ustedes se encargan de financiar y difundir…

¿Qué el presidente es un radical de mala madre? Pues claro que sí. Porque con los dueños de todo hay que ser así: duro, radical, sin dar pie atrás, con la determinación del revolucionario que es, con el coraje del vencedor y del convencido de que la razón es suya.

Y algo más: instintivo, como es, el pueblo sabe a quién acompañar, a qué fuerza unirse, a que verdad plegarse. Y por eso ya no está a la derecha abominable del espectro político, sino al otro lado. Al lado del corazón, del hemisferio cerebral que controla al derecho.

El hambre, el dolor, la desazón de quinientos años están llenando los tachos de basura de la historia de Colombia.

¿Qué van a hacer, entonces, ricas y ricos, poderosas y poderosos, desheredadas y desheredados? Cinco siglos de ignominia está agonizando.

Una sugerencia: ni siquiera piensen en repetir lo que le hicieron a Jorge Eliécer Gaitán: esta vez, el palo no está para cucharas

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