Dr. Polito
El sueño de convertirse en mandamás de otros parece de la naturaleza del hombre.
Algunos logran materializarlo, ya sea por su acción; otros, por decisión ajena, en casos, acaballados sobre el concepto del derecho divino.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está entre los primeros: quiere ser emperador global, y para ello decidió aprovechar todo el poder acumulado por su país durante dos largos siglos de abusos y conducta criminal.
En ese afán por hacerse sentir en su camino al trono universal, Trump no ve obstáculos, y, si los ve, no los considera suficientes para frenarlo.
Se cree un elefante al que todo obstáculo le parece un mosquito que sobrevuela su cabezota, una insignificancia.
A juzgar por su visión cortísima y cada vez peor, Trump es, sí, un elefante viejo al que se le hizo tarde para ser jefe de la manada y quiere recuperar el tiempo perdido.
Convicto de delitos graves (mejor dicho, un criminal), está convencido de que lo peor que puede hacer es no hacer lo que le de la gana, no comportarse según su falta de principios éticos, morales y jurídicos.
Rodeado de los hombres más ricos del planeta, todos en primera fila, empujándose unos a otros en busca de ser el que más le bese el culo y los zapatos al Gran Burundú Burundá.
(Por la plata, claro está, porque sin la plata, aunque sea ajena, no hay poder).
Trump supone que los demás gobernantes del mundo son solo sus procónsules y administradores de hacienda, y así los trata, y así le permiten que los trate.
No todos, desde luego, porque no todos son cobardes caporales a los que les faltan las pelotas que se requieren para plantarle cara al atrabiliario inquilino de la Casa Blanca.
Gustavo Petro, por ejemplo, le midió el aceite, y ahora el mundo sabe cuál será el sentido de la reacción de Washington cuando algo no esté de acuerdo con la forma retrógrada y obscena de hacer las cosas, implantada el 20 de enero.
Que a Trump y su chusma no les gusten los inmigrantes, no solo los irregulares, es buena razón para que él y los superricos que lo estimulan admitan que la razón para que millones busquen el futuro en otra parte, tiene que ver con ellos.
La pobreza y la violencia que genera son el motor de las migraciones. Y pobreza y violencia son el pan diario en América Latina, porque para Estados Unidos, hasta hace algunos años, los países al sur del río Bravo eran la finca grande que explotaban a su antojo.
Trump se cree un elefante, y lo es, pero de circo. Porque son payasadas, que respalda con el poder militar, la advertencia de que robará el Canal de Panamá y anexará Canadá a su país, y la orden a sus paisanos de cambiarle el nombre al Golfo de México.
Que, respaldado por el poder de sus cohetes y bombas atómicas, se regodee imponiendo sanciones a unos países, y reclamaciones, solo es, como lo advirtió el Departamento de Estado, el ejercicio de un primer acto.
Siempre, al mejor estilo de los chantajistas, vendrán exigencias más grandes, y más, y más.
Así, pues, este elefante circense seguirá adelante, hasta que un ratón lo ponga en su sitio…
Será interesante verlo gritar lleno de terror.