Por Dr. Polito
Desde el siglo antepasado, siempre se ha argumentado que, en Colombia, “pa’ liberales, los conservadores de Rionegro”.
Y ha habido razón: fueron los liberales los que se opusieron a una de las constituciones más liberales del mundo en su época: 1863.
Y fueron los conservadores los que defendieron algunos principios de esa Constitución, que creó los Estados Unidos de Colombia, pese a que ellos fueron excluidos de la elaboración y del acto de proclamación.
Hoy, después de la encerrona gavirista en el cartagenero Auditorio de Getsemaní, se puede decir, sin exagerar, que, comprados con los liberales que se adueñaron de la convención del 31 de octubre, son más liberales los ultragodos y fascistas del Centro Democrático (CD).
Y todo, por César Gaviria, quien, décadas después de que el sapo Juan Manuel Galán le entregara las banderas de su padre Luis Carlos, se hizo el pendejo y asumió que le heredaban el Partido Liberal para siempre.
Organizó de tal modo la convención que lo reemplazaría como director del partido, que con cara ganaba él y con sello perdían los demás asistentes.
Decenas de delegados seleccionados por él, inscritos y organizados por él, financiados por él, adiestrados por él, obviamente, votaron abrumadoramente por él.
Nuevamente, sin siquiera oposición, sin que hablaran, ni ellos ni los opositores, lo eligieron a él y lo coronaron como rey de la política colombiana, en un acto en el que, ni siquiera el payaso que contrataron como maestro de ceremonia, nadie supo ni qué ni cómo ni cuándo pasó lo que pasó.
Pero si la gran masa de supuestos liberales se comportó como la caterva de vencejos de que habló el ‘tuerto’ López, los demás, es decir, los que aspiraban a mandar a Gaviria al lugar adecuado, ni siquiera se dieron el lujo de actuar como liberales.
Les quedó grande ser liberales como los verdaderos liberales, es decir, como los que han encabezado muchas rebeliones y revoluciones en defensa de las libertades y del mandato popular.
A ellos les faltaron huevos para hacerse sentir, para tomarse la convención y hablar, para demostrar que son liberales en todo el sentido de la palabra. Se percibieron como gallinas y fueron gallinas que cantaron los huevos de otras.
Hablando de huevos, extrañamente, pese a su voz de flautín pastoril y a sus ademanes equívocos, Gaviria demostró que en esta oportunidad pareció tener un poco más, y prácticamente los borró del mapa sin mover un dedo.
Y, así, con ese antecedente apocado y sumiso, bastante cobardón y de opereta, quienes dijeron aspirar a una dirección colectiva del partido integrada por ellos, pretenden que los respalden las bases liberales.
¡Qué poca vergüenza tienen! ¿Cómo alguien podría apoyar a un aspirante a líder que se achica cuando la ocasión es para demostrar que se es valiente guerrero y lucha hasta agotar la energía?
Pero, además, qué liberal está dispuesto a ofrecerle su respaldo a otro que, en vez de demostrar que puede, se arredra, se agacha y se esconde tras los demás, o se larga en busca de escondrijo, esperando que otros den la pelea?
Hoy, esos congresistas y líderes liberales, tienen lo que merecen, un director que, como dice el pueblo, les da sopa y seco solo en la medida que él quiere?
Desde luego, hay que admitir que Gaviria es, por decir lo menos, el liberal que más detestan todos los liberales, incluso los que se dejaron convencer de que es el eterno Mesías rojo.
Que entre sus intenciones por adueñarse del partido esté la de postular a su hija María Paz a la presidencia de Colombia, no es más que uno de sus deseos más íntimos, razón más que suficiente para demostrar que, además de algunos huevos, hay astucia y determinación, y que los opositores no son más que muñecos de paja que el viento se llevará…
A menos que insistan y generen un revolcón rebelde en el partido, en defensa de los principios que todos echaron al olvido desde cuando comenzaron a decir que el eunuco del palacio se hizo emperador.