Por Dr. Polito
Esa monstruosa y fatal mezcla de sátrapa y bufón, que inexplicablemente cabe en ese cuerpo que se mueve con pasitos de geisha vieja, volvió a mostrarse en toda su dimensión.
Pacho, el triste figurón de la casa Santos, agredió a un militar retirado que le dio a entender que, ese día, en la Plaza de Bolívar, ni él ni sus camaradas de armas querían saber de políticos.
Se lo dijo de frente, mediante un megáfono, junto al Capitolio.
Acostumbrado desde niño al despotismo, la santa respuesta fue la agresión. Por fortuna, sus escoltas lo apartaron y se interpusieron, pues, pocas dudas quedan de que hubiera salido de allí tan apaleado como mula de arriero paisa.
Luego, en su sitio de la red X, a su manera intentó explicar lo sucedido, pero culpó a los militares, esos “muchachos que están sin conocer lo que ha sido la trayectoria…”
La trayectoria de él, quiso decir, obvio, porque en el derroche de arrogancia que lo acompaña donde va, en la permanente expresión de su despotismo y de su egocentrismo, falto de recursos intelectuales, recurrió al abusado ustedes no saben quién soy yo.
O, como debió pensarlo: “estos pobres hijueputas de mierda no tienen ni idea de con quien, en verdad, se están metiendo”.
Vaya, con alias Pacho o Pachito o Don Francisco (como inútilmente su padre exigía que lo llamaran en El Tiempo).
Oculta que, precisamente, la suya es una de las trayectorias más conocidas por los colombianos.
Muy pocos ignoran que es usted el único responsable de la más humillante y escandalosa rectificación periodística de un medio de comunicación en Colombia, porque, desde El Tiempo, usted acusó falsamente a monseñor Beltrán de viajar clandestinamente a Cuba a participar en una cumbre guerrillera.
Esa rectificación, a todo lo ancho de la portada del diario de su familia, señor, es todavía una vergüenza para el periodismo colombiano. Y la razón es usted y el afán de interrumpir las recién restablecidas relaciones de Bogotá con La Habana.
Si hay diez colombianos no hay once que ignoren, por ejemplo, que quienes tienen por qué saberlo lo acusan a él, al pequeño gran atropellador, que antes de ser vicepresidente (al que no le permitían hacer nada, para que no metiera la pata), pidió a las siniestras autodefensas que crearan el Frente Capital, para introducir el terror en el corazón de Bogotá.
Más sensatos fueron los comandantes paramilitares a quienes les formuló la propuesta, que descartaron la idea desde el comienzo.
Puede que algunos lo hayan olvidado, pero se enteraron de lo que, en esos tiempos, se hizo vox populi en relación con su vida en España. Pero muchos aún recuerdan lo que se dijo entonces, y que nunca fue desmentido.
Es la verdad, Su Alteza Serenísima, en Colombia nadie ignora una trayectoria tan repulsiva como la suya.
O, cuál cree, Su Alteza Serenísima, que es la razón para que siempre lo asocien con motosierras. O para que, cuando el tema es el de los estudiantes, salga a relucir su comentario, asociado a ellos, con el uso, por los policías, de pistolas eléctricas.
¡Ay!, Mister Taser, no intente engañarse: toda Colombia sabe quién es usted.
Y, por eso, usted asusta.