El Presidente Gustavo Petro sabe lo que muchos otros, que pero se niegan a admitirlo: el polémico barranquillero Armando Alberto Benedetti Villaneda es, por ahora, quizás el único político en capacidad de salvar las reformas que necesita el Gobierno del Cambio.
Para ello lo nombró ministro de Interior, como epílogo temporal de la tormenta que se desató a comienzos de enero, cuando un Consejo de Ministros terminó en rebelión de funcionarios y en la solicitud de Petro de que todos renunciaran, aunque fuera de manera protocolaria. Unos 25 lo hicieron…
Casi todos los ministros parecieron estar de acuerdo en que no aceptaban a Benedetti como jefe del gabinete ni a trabajar con él, aunque el presidente lo exigiera.
Petro demostró que no cede con facilidad a las presiones, vengan de donde vinieren, y menos si quienes las ejercen son sus colaboradores más cercanos, y nombró a Benedetti como negociador con el Congreso y los partidos.
Los ministros y otros dimitentes consideran que Benedetti arrastra varios procesos judiciales y una denuncia por violencia de género de su tiempo como embajador ante la OIT, lo que, según ellos, lo hace inhábil para ser nombrado en un alto cargo del Gobierno.
El argumento de Petro es sencillo e incontrovertible: como cualquier persona, Benedetti merece una segunda oportunidad, y con mayor razón cuando puede ser la persona idónea para intentar materializar las reformas que el Congreso ha negado durante dos años y medio de Gobierno.
El presidente se ha quejado de que sus ministros apenas han cumplido las promesas de campaña y de que algunos de ellos se han dedicado al tiempo a prepararse para ser candidatos presidenciales en 2026.
Benedetti, como jefe de campaña en 2022, fue fundamental para que Petro ganase las elecciones. Ahora volverá a estar a su lado para empujar el cambio que tanto ansía el presidente.
El ministro de Interior se dedica a negociar con los otros partidos las votaciones de las reformas y de la relación con alcaldes y gobernadores.
Benedetti triunfará si logra sacar adelante la reforma a la Salud, que crea mucha crispación en la oposición, y si logra que se vote la reforma Laboral.
El presidente cree que no se ha rodeado bien en este tiempo y que necesitaba un golpe de timón. Ese giro se llama Benedetti. Hace tres meses llegó como asesor a Casa de Nariño, después de su estadía en Roma como embajador ante la FAO y un proceso de rehabilitación de adicciones. Su entorno asegura que se encuentra sobrio y centrado en el trabajo y la familia. “Es otro Armando”, dicen.
Entró a Palacio sin hacer ruido, como si fuese a tener un papel secundario. Petro llegó a decir que no era jefe ni mandaba sobre los ministros. Era un espejismo, solo había que tener en cuenta su habilidad para conquistar espacios de poder.
En 90 días ya ocupa uno de los puestos más relevantes del Gobierno. El nombramiento no deja de ser polémico. Muchas voces consideran que el presidente traiciona en cierta forma el proyecto progresista —Benedetti ha sido también aliado de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos—.
Petro defiende que su gabinete no es necesariamente de izquierdas, ni él va a permitir que lo conformen sectarios. Además, Adelina Guerrero, esposa de Benedetti, niega que se hubieran producido malos tratos hacia ella.
La trayectoria de Benedetti en estos dos años tiene algo de odisea. Por sus procesos judiciales, lo enviaron, a Caracas, donde debía de encargarse de restablecer las relaciones con Venezuela. Benedetti lo sintió como una traición.
De ese cargo lo destituyó Petro por involucrarse en un escándalo con Laura Sarabia, la que era antes su ayudante y que entonces pasó a ser la persona más cercana a Petro.
Esa era una segunda traición para Benedetti. Pero Sarabia ha sido nombrada canciller, trabaja en edificio distinto a Casa de Nariño, y Benedetti ocupará un lugar más cercano a Petro, donde se cree que resucitará de nuevo.
Petro desconfía. Considera que entre sus colaboradores hay quienes anteponen sus propios intereses a los del Gobierno. Agendas dobles, lo llama. Benedetti no las tiene. No quiere ser candidato presidencial y, salvo sorpresa, no parece que esté preparando su salto a otro proyecto. Él quería ser ministro desde hace mucho tiempo. Considera que el mundo le debe una oportunidad como esta.