Si dos ejércitos negocian un acuerdo de paz, es porque hay una guerra en marcha, y todas las partes enfrentadas lo reconocen.
Decirlo es una perogrullada, pero es oportuno y necesario acudir a ella para tratar de comprender lo incomprensible en la postura del Ejército de Liberación Nacional (Eln) de congelar el diálogo de paz con el gobierno y de declarar en crisis el proceso.
En el mundo bélico se actúa bajo el principio obsceno de que todo se vale. Todos los ejércitos combatientes lo practican.
Hay, de ordinario, una especie de freno al desborde cuando, de común acuerdo, los bandos deciden, por ejemplo, un cese el fuego, que no es más que un silencio forzado y forzoso de los fusiles.
Nada más que eso. Tampoco nada menos.
Pero, con las armas en silencio, la guerra no se detiene, continúa, con menos horror, claro, pero con horror, para todos los combatientes involucrados.
La norma del cese el fuego, lograda mediante acuerdo bilateral o no, es no disparar contra el enemigo o sus aliados, y obliga a quienes declaran el cese.
Es, desde luego, una especie de pacto de caballeros de aplicación inmediata cuya violación no implica nada parecido a un proceso judicial y un fallo condenatorio para el violador, a menos que haya sido acordado junto con el cese el fuego.
Porque las conversaciones entre el gobierno de Gustavo Petro y la guerrilla rojinegra están vigentes, es lógico pensar en que la guerra no se ha detenido.
En consecuencia, actividades como el paro armado impuesto por el Eln en la zona del bajo San Juan, importante corredor estratégico chocoano de abastecimiento para la guerrilla y otros grupos armados, no es violación alguna a lo acordado en la mesa de negociaciones.
Con ese paro no se violó el cese el fuego. Fue una acción de guerra que, como la gran mayoría de acciones bélicas, perjudicó más a la población civil que a su enemigo de siempre, las Fuerzas Militares.
Pero, incluso, si el Eln hubiera roto el silencio de los fusiles, en un combate, por ejemplo, con bandas paramilitares de la zona, tampoco se hubiera considerado una violación al cese el fuego con el gobierno.
La guerrilla consideró que su acción era lícita, dentro de la obscenidad de la guerra, y el gobierno no denunció lo ocurrido como un incumplimiento del cese el fuego.
Y, más allá de la protesta oficial por el paro y sus graves consecuencias para la vida normal de los civiles, nada más sucedió.
Entendible y explicable todo, hasta aquí, dentro de la lógica de la guerra.
Lo que no tiene explicación, porque riñe con la lógica básica, es la actitud del Eln en relación con algunos episodios ocurridos en Nariño.
El 1 de enero, en su posesión, el gobernador Luis Alfonso Escobar, intérprete del sentimiento generalizado de los nariñenses y en línea con ideas de Petro, dedicó buena parte de su discurso a promover la idea de un diálogo regional de paz.
La región, martirizada por muchas formas de violencia exacerbada, recogió el guante y se lo chantó.
Muchos sectores sociales dijeron sí, entre ellos, los guerrilleros de Comuneros del Sur, importante contingente del Frente de Guerra Suroriental del Eln (Fgso).
Ya fuera por iniciativa propia o por acción del gobierno, Comuneros del Sur (y al parecer la regional de Segunda Marquetalia) figuró en la lista de supuestos participantes en el diálogo regional de paz de Nariño, el primero en su género en el país.
Y, entonces, ardió Troya.
El Comando Central (Coce) del Eln sintió que la traición anidaba en alguna parte de su contraparte en el diálogo, y llamó a consultas a sus delegados ante la mesa de diálogo, congeló las conversaciones y declaró en crisis el proceso de paz.
No entendió ni entiende que, si Comuneros decidió participar, pudo ser por su propia iniciativa, en actitud de eventual desconocimiento voluntario a la autoridad del Coce.
Eso significa que, además de los efectos que implica que el Eln sea una federación, en la que al menos cabe la independencia de pensamiento, el Coce o ha perdido control y unidad de mando, o sus fuerzas están tan ansiosas y necesitadas de vivir en paz, que para concretarlo se pasan por la faja la autoridad de sus comandantes.
Puede suceder, también, que, mediante gestiones fuera de la mesa, el gobierno esté sonsacándole al enemigo algunas fuerzas dispuestas a dejarse sonsacar.
Si todo es iniciativa de los guerrilleros, la responsabilidad es exclusiva del Coce. Algo está fallando en la estructura y la línea de mando de la organización que dirige. En ese caso, su queja debería elevarla ante el Mono de la Pila, por decirlo de manera gráfica.
Y si es resultado de gestiones de sonsacamiento del Gobierno, pues, entonces, cabe pensar en que se podría tratar de una de tantas acciones de una parte para debilitar al enemigo, dentro de lo dicho de que en la guerra todo se vale. Como el paro de Chocó.
Y, en ese caso, el Coce debería reflexionar en lo que, en situaciones como esta, argumenta el pueblo por el que dice pelear: la salsa que es buena para el pavo, también es buena para la pava.
O, ¿por qué razón es válido o legítimo (dentro de la guerra) lo que hace el Eln en Chocó, pero no es válido ni legítimo (dentro de la guerra) lo que hipotéticamente pueda o pudo hacer el gobierno en Nariño?
Sea como fuere, la intención del gobierno es buscar y materializar vías de paz, algo muy diferente de la decisión de aniquilar al enemigo, que movía a otros gobiernos.