
Sustituir cultivos como la coca o la marihuana no es fácil.
En muchos casos, pesa en la economía familiar campesina lo suficiente como para que la insistencia en cultivarla se mantenga, a pesar de los riesgos que acarrea hacerlo.
Pero, cuando los jóvenes de la familia se echan al hombro la responsabilidad de lo que venga por entrar en la legalidad, la situación mejora en todo sentido.
Lo atestigua, por ejemplo, Nicolás Urbano, un boyacense de Pauna que apoyó a sus padres cuando pensaron en darle un rumbo legal y no violento a sus cultivos.