Por Dr. Polito
No hay que confundir el ungüento con el excremento.
Una cosa es una asamblea constituyente, y, otra, muy diferente, el poder constituyente por el que el presidente Gustavo Petro aboga.
Generar confusión es lo que hace esa derecha colombiana, habilísima, que durante dos siglos largos ha manejado el poder a su antojo.
La derecha radical no confunde nada, pero logra confundir a los colombianos. Es parte de su esencia: generar caos, desconfianza, confusión… y aprovecharse de ello.
Tener certeza de lo que ocurre y de lo que hay que hacer explica su permanencia en el poder, y su insistencia en aferrarse a él, para entregarlo en herencia a sus hijos, por los siglos de los siglos.
Y, si para ello, necesita acudir a la violencia, en cualquier grado, pues la pone en práctica, sin importar ni los límites ni las consecuencias.
La derecha tiene claro todo. Para ella, ninguna idea contraria a las suyas puede subsistir.
La derecha colombiana lo sabe con toda absoluta certeza, y, por eso, nunca se pregunta ¿el poder para qué?, pues siempre ha conocido la respuesta: el poder es para poder.
Es tan hábil esa derecha, que tiene convencidos a millones de que, cuando Petro habla de poder constituyente, a lo que se refiere es a una asamblea constituyente.
Es un engaño en el que ha caído la mayor parte de los electores, engaño del que hay que salir lo más pronto.
A una asamblea constituyente, la oposición no le tiene el menor temor. Convencer al país de lo contrario, hacerle creer que siente terror ante un mecanismo político como ese de reformar la Constitución desde una sala de sesiones, solo es resultado de sus acciones manipuladoras.
En una asamblea, la derecha se siente cómoda. Solo le basta poner a la prensa hegemónica cómplice a especular sobre cualquier tema, para orientar la discusión hacia donde le conviene.
Su verdadero temor es hacia cualquier intento por convencer a cada colombiano de que su poder, unido al poder del vecino, tiene la capacidad de cambiar el presente y el futuro desde la política.
Activar el poder de todos es lo que la derecha ha impedido por decenios y decenios.
Ese es el poder constituyente, el que sube desde las bases populares, no el que viene de arriba, desde donde anidan los corruptos. Ese es un poder prostituyente, pues todo lo corrompe, todo lo pudre, todo lo echa a perder, todo lo prostituye…
Y, con un pueblo sin poder, como hasta hace poco tiempo, los dirigentes de esa derecha corrupta y criminal hacen y deshacen, sin que nadie se atreva a cuestionarlos.
Pero, ante un pueblo con poder, no hay derecha que valga, y, por eso, en las últimas semanas, un golpe de estado de baja intensidad, blando, avanza sin que muchos colombianos se percaten.
El poder popular es incontenible, es inderrotable (el pueblo unido jamás será vencido), es inmarcesible (después de que se genera, nada lo marchita).
Desde luego, es necesario que todo el pueblo vaya por el mismo camino y en el mismo sentido, organizado, decidido, con claridad de metas y propósitos.
Y, cuando es sólido, ese poder popular, ese poder constituyente, no permite ni la interferencia ni la manipulación ni el escamoteo.
Así, hay que tener claridad: el poder del pueblo organizado desde la base, es decir, desde la cuadra, desde la vereda, desde la fábrica, desde el aula, es una fuerza arrolladora, capacitada para lograr todo lo que se proponga.
Que sus aspiraciones se puedan canalizar a través de un referéndum, un plebiscito o una asamblea constituyente, es otra situación. Es la consecuencia lógica de activar ese poder del pueblo.
El problema de ese poder está en que, al menos en Colombia, que los partidos tradicionales, es decir, la derecha, hará hasta lo imposible para sabotearlo, enfrentarlo y eliminarlo.
Al precio que sea, claro. Y ese precio puede llegar hasta la guerra, como ocurre desde el nacimiento de Colombia.