Por Dr. Polito

Pocos días atrás, el presidente Gustavo Petro reafirmó que él no es adicto al poder, que los adictos son otros que, además, están enloqueciendo.

Y, al menos, por lo que se ha percibido en los medios de comunicación y en las redes sociales, Petro podría tener la razón en cuanto al estado mental de esos adictos.

Las actitudes de algunos personajes, como el exsenador y hoy presidiario Álvaro Uribe Vélez, no han sido las esperadas, por razones que a nadie escapan.

Mientras el país entero se centraba en propiciar un desarme espiritual, en crear un ambiente menos agresivo, en hacer cualquier esfuerzo por calmar los ánimos exacerbados con la muerte del senador Miguel Uribe Turbay, el recluso de Rionegro se desbarrancó y, en un mensaje que leyeron en el sepelio del asesinado, lanzó una declaratoria de guerra a muerte contra todo lo que se ponga a su manera de pensar.

Desde luego, la familia de duelo también puso su cuota de desvarío, al pedirle al presidente de la República que no asistiera al sepelio del político del Centro Democrático (CD).

El mensaje de Uribe fue algo similar a una intensa pedrea dentro de una cristalería: el eco del escándalo aún perdura.

Como pocos, Uribe ha tomado la muerte del senador como un casus belli que él y los suyos del CD, quizás no todos, están dispuestos a materializar a cualquier precio.

El Gobierno es el principal blanco de esa guerra particular.

A Uribe le ocurre como al alcalde de Medellín, que no puede aceptar que Petro sea el presidente. Eso no les cabe en la cabeza, a un año de terminar el mandato constitucional.

Uribe, como a su locuaz y abyecto lamesuelas de Medellín, no pueden creer, menos aceptar, que Petro esté donde el uno estuvo dos veces, una de ellas ilegal, y el otro no pudo ni podrá estar jamás. Nunca.

El de Uribe es un acto desesperado por, al menos, salvar el sombrero del ahogado CD, a ver si logra pescar algo más en las próximas elecciones, que desde hace un buen rato ve perdidas de nuevo.

El alma de Uribe, como la ha dejado ver de nuevo estos días, es una olla de grillos: odio, venganza, injurias, calumnias, se pelean por salir a flote.

Del humilde y pobre ciudadano, sencillo, acongojado, obediente y sumiso que desfiló durante varias semanas en los vídeos de su juicio criminal, no queda nada, porque nunca hubo algo.

Aquellos días en que intentó despertar solidaridad y comprensión, hablando de sus huesitos y sus carnitas, de sus huevitos, de sus vaquitas flacas que casi no vende, solo sirven hoy como referencia para al menos especular con que el estado mental del enteflonado político no está, y quizás nunca ha estado, bien de la mollera.

Eso de poner a los cuatro precandidatos presidenciales de su partido a hablar con Miguel Uribe Londoño, para analizar un posible reemplazo de su hijo muerto, más parece un capricho gagá que una decisión razonada, consciente y objetivamente oportuna.

Esos cuatro preaspirantes están cabreados, y, encerrado en su casa por orden judicial, Uribe no debe ignorarlo: nadie sabía, solo hasta cuando lo escribió en una red social, que Miguel Uribe Turbay era su candidato in pectore para ser el candidato oficial de su partido en busca de la presidencia.

¿Qué pretende con eso? Quizás ni el mismo exsenador tenga idea clara, pero, con la decisión, se acentúa la idea de que el influjo de la senectud pone al Gran Colombiano cada día más lejos de la cordura.

No se ha dado cuenta de que preferir el pasado al futuro es de viejos sin presente claro.

Dr. Polito

Fue un diario ejemplar, aunque, lo admito, no el mejor de todos. Pero, el tiempo —ya ni siquiera vale el esfuerzo de las mayúsculas—, hoy, es un pobre periodicucho de pacotilla. Y allá lo saben, aunque prefieren hacerse los pendejos y simular que no es cierto...

Y no es por lo horriblemente mal escrito, ni por las horrorosas sintaxis y ortografía que exhibe, ni por el enfoque veleidoso en lo que a nadie le interesa, solo a quien escribe sus notas de bisutería. En eso, el tiempo es campeón inderrotable.

No es solo por eso que ahora es un diario corrupto, deleznable y ya ni siquiera bueno para envolver el pescado... Es, también, por la manera como considera pendejos a sus lectores.

Por eso, les dice que Colombia está de luto por la muerte de Miguel Uribe Turbay… y cree que ellos lo creen. Pues, no, y averígüenlo.

Y no lo creen, porque no hay razón para que un personajillo como Turbay (terrible, sí, el asesinato y, quizás, peor, lo que puede haber detrás del complot), suma en el luto a todo un país, interesado en su supervivencia, antes que en la vida de quien aspiraba a llegar al cargo desde el cual todo se puede, mientras se sea como él, rico, de derecha radical, aristócrata, ‘gente de bien’, hijo putativo de un distinguido criminal preso, por ahora, en su casa de Antioquia.

¿Qué lo hacía tan diferente paa que haya que vestirse de negro por él? Nada. Era uno más en este país. Que fuera senador y tuviera una carrera burocrática no significa que merezca más de lo que cualquiera otro colombiano merece.

Le pagaban injustos 40 y tantos millones de pesos mensuales por el cargo. Esa sí es diferencia grande con la absoluta mayoría de colombianos.

No, señoras y señores de el tiempo. Colombia no está de luto por lo sucedido al niño mimado del Centro Democrático (CD).

Está de pésame profundo por otras víctimas de la violencia generada arriba, allá donde anidan águilas políticas, y que, la verdad, da la impresión de no acabar.

Pero ¡qué van a saber de eso ustedes!, dedicados, como están, a olvidar la historia de siglos y a cambiarla por la que pretenden escribir desde alguna hacienda cordobesa, con el apoyo de miserables banqueros corruptos (si no se es ladrón, no se puede ser banquero).

No hay duda de que Turbay fue víctima de esa violencia que se creó en los clubes sociales que frecuentaba, ideada y, en casos como el de su abuelo acusado de narcotráfico, reglamentada en estatutos de seguridad y de inseguridad.

Sí, Colombia siempre está de luto por las consecuencias de esa violencia que el mismo asesinado estimuló segundos antes de que lo callaran a balazos, cuando pidió “armas a la gente de bien”.

Por las víctimas de esa violencia que el tiempo fue dejando olvidada entre sus viejos chibaletes, por esa sí que estamos de luto todos. Menos la gente del papelucho diario, claro, interesada en resguardar las más negras página de la historia de la infamia colombiana, porque así ayuda a salvar del escarnio la codicia reflejada en los bancos que lo financian.

Si, como deben estar convencidos dueños, editores (¿en serio, los hay?) y demás periodistas, tienen un diario medianamente aceptable, aunque jamás creíble, ¿cómo se explican que de los 20,000 ejemplares diarios que impriman, haya devoluciones?

Ni siquiera todos los que compran el papel cada día creen que el país está de luto por esta muerte.

Y, eso, pesa mucho en la contabilidad —con sus cifras cada vez más teñidas de rojo—, siempre más contundente que la codicia y el ansia de poder

Al paso que va, dentro de poco —y lo saben todos en esa casa editorial— habrá luto por un diario que fue grande, aunque no excelente.

Pero, será un luto de pocos. Muy pocos…

Como el de hoy.

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